sábado, 22 de septiembre de 2018

110. ¿A quién demonios le escribo?

Tener la oportunidad de hablarte a ti cada noche es lo que me tranquiliza. Este confesionario particular, este púlpito de iglesia vacía que es mi propio eco, esto es lo que me alivia. Observo al resto haciendo eso que a mí me gustaría hacer para ser feliz, aunque quizá ellos no lo sean, y me lleno de congoja. ¡Maldita envidia! Leve, menos mal, pues me dura segundos al hacer reconocimiento a mis adentros: tengo esto, que nadie lee salvo yo mismo, y me tengo a mí, que por suerte o por desgracia sigo aquí malhumorando a propios y extraños. Tengo mis virtudes, complementadas con mis graves defectos (los cuales yo no noto por pura sociopatía, otro grave defecto), y mis gustos, que por pura egolatría creo firmemente entrenados y distanciados de cualquier mediocridad.
Aquí, como verán, puedo ser sincero. Me conozco, en toda mi expresión y forma, y por ello puedo ser puro e indiscreto con el folio. Hablo de mí mismo conmigo mismo, otro grave acto de egocentrismo, pero ni mucho menos discutiré que para ser lo que soy he tenido que mamar de muchos lados, de muchas personas y de muchos amores... Amores estacionales, amores fou, amores de largo recorrido, amores rotos, amores inesperados, amores en la distancia. Me quiero mucho, me enorgullezco (aunque sin forofismos ni chauvinismos) de cómo soy y de dónde vengo, y creo que eso me ha ayudado a amar más puramente.
Me leo en esta noche de viernes en la que me han dejado tirado por mi sentido del humor y me doy cuenta realmente de lo personaje que soy para unos y de lo insignificante que soy para otros. Suena el cuarteto de Dave Brubeck, al cual descubrí digeando digitalmente, por mi cuenta, ya que nadie de mi entorno gusta (gustaba) de este tipo de música. De hecho no he compartido con absolutamente nadie ningún interés general cultural hasta hace relativamente poco si tenemos en cuenta mi edad. No, no soy un incomprendido, simplemente he caído por temas de azar en un lugar así, y ya. La magia no existe, pero sí la casualidad o el azar. Las teorías divinas, los destinos y esas paparruchas en mi mundo tienen valor cero. ¿A qué viene esto? Gracias, no lo sé, es el estado de duermevela que llevo conmigo ahora mismo.
En realidad me tengo que despedir, que debo dormir. Echaba de menos pasarme por aquí para que nadie me lea. Siempre vuestro, siempre mío.

A.J.