martes, 11 de febrero de 2020

116. Una balsa de aire

La pereza me invade y me evita abrir otro blog, uno que marque este lapso de separación entre el teclado y mis dedos, pero será aquí de nuevo donde me deje caer.

No sé si me llegó ya -la madurez, digo- pero desde luego que no soy el mismo. Sigo dudando, sigo teniendo prisa -quizá ambos mis dos mayores defectos junto con la petulancia- pero ahora tengo una ligera balsa de aire que me salva del vendaval.

A estas alturas ya he decidido hipotecar mi futuro y arriesgarlo a una de mis últimas cartas pues, a mi entender, pasados los treinta el mazo se verá tan reducido que mis posibilidades ante la tragicomedia que es la vida se verán demasiado reducidas. Me separaría así de un hipotético mundo paralelo en el que hubiese aprovechado más los veranos, hubiese besado a más chicas y hubiese escrito más. Eh aquí otro defecto, la pereza, de la cual ya hice mención al principio de este -para variar- inconexo y destartalado texto.

Noto mis prisas otra vez. Considero que no tendré vida suficiente para toda la ambición que me propongo, para todos esos libros y todos esos conciertos. Lo quiero todo y lo quiero ya, como un adolescente caprichoso y cínico ante sus padres.

Intentaré que esta promesa sea lo menos vacía posible, pero prometo dejarme caer más por aquí, porque sé que me da paz engañándome con un legado que no llegará.