Olía fatal, a agua estancada, pero no estaba en un
pantano, estaba en los baños de una famosa hamburguesería meando. Un amable
cartelito me decía que orinando en unos de esos wc’s ahorraba entre cuatro y
seis litros de agua…vaya, ya hice la buena acción de hoy, que pena que luego
vaya a quitarle el pepinillo a la hamburguesa para pegarlo en cualquier sitio.
El suelo estaba semi-encharcado también, joder, se notaba que estaban a punto
de cerrar para poder limpiar. Terminé la meada, me miré al espejo…de nuevo se
notaba que era tarde, pensé que serían más de las doce y, efectivamente, estábamos
rozando la una de la madrugada.
Salí y el neón del cartel de enfrente me cegó, todo se
cubrió de un azul artificial y pegajoso. A pesar de no ser fin de semana la
gente y los coches subían y bajaban la calle, adornada por el naranja de las
farolas y la contaminación lumínica de la combinación de neones y leds. Le di
el último bocado a mi hamburguesa: Queso, carne, una salsa que prefiero no
pensar que lleva y algo de lechuga. En ese momento recordé el anuncio de la
televisión de dicha hamburguesa y al chaval del anuncio parece que le gustaba.
A mí, por el contrario, cada vez me gustaba menos esta comida de mierda.
Bajé las escaleras de mármol despacio, había comido
bastante e iba a reventar. Al llegar a la calle tuve que dirigirme a la parada
del bus nocturno…a andar otra vez, pero lento, por favor, no vaya a ser que
eche los higadillos por el camino.
Andando me di cuenta de lo que ocurría: Putas, viejos
verdes, modernos de mierda, negros y sudamericanos, rumanos, camareros cerrando
bares, algún que otro buscavidas y algún que otro perdido, setos rotos con las raíces
de arbustos a la vida y más putas hamburgueserías de las malas, joder…vaya ciudad.
A pesar de todo hacía buena temperatura, algo raro si tenemos en cuenta las
fechas y la hora, pero se estaba bien, a pesar del plantel se sentía acogedor
el ambiente.
Esquivé varios chinos descargando camiones, giré una
esquina de la plaza y subí otra calle. Siempre acostumbro a mirar los
edificios, aunque los haya tenido delante de mí miles de veces, pero las
fachadas del centro son geniales, siempre habrá detalles que pasarán
desapercibidos. Abajo más vagabundos durmiendo en bancos (bancos de sentarse y
bancos de dinero) y al lado yo mirando para arriba porque mirar al suelo a
veces me aburre, y mirar a lo demás a los ojos me parece terriblemente falso si
lo que estás es volviendo a tu casa por la noche, cansado, lleno y jodido. Giré
otra esquina y avisté la parada, en obras (qué raro), y al lado una señora,
supongo que también esperando el bus. Me apoyé en una barandilla y miré el
móvil. Es una gilipollez que hacemos todos, al menos creo que para ver la misma
mierda de siempre ni saques el móvil, pero es automático e inevitable.
Y ahí estaba yo, jodido, esperando un autobús de
madrugada con cosas que hacer al día siguiente pero importándome todo una
mierda, en una ciudad rota y llena de claroscuros, la vida que me había tocado
vivir.
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